miércoles, 8 de octubre de 2008

SIMBIOSIS


Las madres a veces se esmeran en protegernos y darnos todo lo que necesitamos. Nos llenan de lo mejor y ponen todas sus energías en nosotros relegándose a si mismas. Mi madre es una aquellas madres perfectas. Bastaba pronunciar las palabras "yo quiero" tal cosa o "me gustaría" tal otra para que de pronto se nos cumpliera el deseo como quien frota una lámpara mágica.

Las tortas de nuestros cumpleaños eran obras de arte, osos gigantes de colores, la recreación de un planeta marciano, un fuerte de combate con una muralla de vainillas y guerreros con ametralladoras, una casita de campo con árboles y puentes...

Las fotos de nuestra infancia parecían las de una muestra fotográfica profesional, no había evento importante de nuestra vida que no fuese registrado y petrificado; se tiraba cuerpo a tierra para lograr la toma perfecta, aunque salpicara su ropa de hojas de otoño o pasto fresco de primavera o tuviese que volverse una contorsionista.

Con cinco varones y una única mujer que soy yo, se imaginarán el trono que ocupé en la familia.
En ocasión de mi comunión tuve el vestido más hermoso y fino confeccionado por ella misma- porque además de todo lo que hace, sabe coser- de tela de organza, puntillas y de tan buen gusto que hace poco vi una revista de vestidos de comunión parecidos el mío con tan actual vigencia; las tarjetas de invitaciones y los souvenires fueron trabajos artesanales de su mano y creación. Tuve una fiesta con una Xuxa tucumana, pelucas y porras amarillas y la mejor filmación de mi historia. Mis amigas y compañeras del colegio jamás olvidaran esta fiesta así como la de uno de mis cumpleaños en la que nos repartió sombreros con forma de flor cocidos con papel creep, haciendo juego con pulceras de flores...

En mi fiesta de quince años alquiló una casa antigua- patrimonio histórico de la provincia- con un año de anticipación; puso en condiciones el jardín, desmalezó el pasto, plantó flores, podó árboles, puso en funcionamiento una fuente, pintó las molduras de la casa, arregló el parquet... tal es así que luego de mi fiesta curiosamente la provincia y la gente comenzó a usar la casa para eventos y muestras de arte. Hoy funciona como sede de la Universidad.

Ella es la reina del buen gusto. Tuvo un negocio de ropa para niños confeccionada por ella misma con gran éxito por su originalidad. Si bien no terminó su carrera de Arquitectura por unas cuantas materias, cuando al fin dejamos de alquilar casas y tuvimos la propia, la convirtió en la casa más linda del barrio con sus toques de hada mágica. Luego diseñó y dirigió la construcción de nuestra casa de campo y hace unos años convirtió una casa antigua en el estudio jurídico de mi padre.
Nunca entenderé lo que pensaba cuando se paseaba mirando con emoción aquellas viejas paredes; parecía recorrer con su mente las posibilidades inimaginables que podían tener esas construcciones en ruinas. Yo la acompañaba de cerca sin entender cómo podríamos vivir entre tanto escombro y polvo.

Con el tiempo mi madre se fue cansando de a poco, engordó varios kilos después del penúltimo hijo, hizo una metamorfosis desde el hada mágica al ogro insufrible.
Dejó atrás sus anhelos de ser una arquitecta profesional, cambió su carácter alegre por mandar a las empleadas domésticas, controlar nuestras vidas sin que se le escapara nada, rigorear día y noche a todos, sobre todo a mi viejo cuando vuelve cansado del trabajo; engañarse a si misma y a los demás de que hace una pila de cosas, que la casa y la vida de cada uno de la familia pende de ella y de que jamás tiene tiempo para ocuparse de si misma...Sin embargo trabajan para ella tres empleadas y maestros particulares para las tareas del colegio de los más chicos.

Yo por mi parte pasé de ser la reina de la casa a una destronada sin reino. Durante mi infancia mi relación con ella era la que cualquier hija quisiera. Pero luego de mi adolescencia cuando quise se una mujer, su insatisfacción constante de sí misma y de su vida la convirtió en una competitiva a nivel inconsciente con su única hija: yo.
Viví tanto a su sombra y perfección que no había nada que yo eligiera sin su aprobación, nada que yo decidiera sin temor a su desaprobación, y todo el miedo a equivocarme, a fallar, a fracasar. Entonces llegó un punto en el que, aunque ella no estuviese presente, no sabía si quien elegía, decidía o hacía era yo o era ella. He creado una simbiosis perfecta en la que mi yo se confunde y se ahoga encerrado en un molde que no lo deja ser. Y si pretendía ayudarla u opinar sobre algo era preferible que no lo hiciera. Nunca lo que haga estaría a la altura de su perfección.


Cuando yo cantaba frente a sus amigos o en reuniones familiares trasnfiguraba su cara desde lejos indicándome que sonriera, o con un gesto de "desafinaste" o algún comentario posterior como ser: -"si yo tuviese tu voz no sabes cómo haría un show, porque yo cuando era joven hacía...-" o un -"te faltó un poco de..."-. Yo por mi parte si desafinaba mientras cantaba hacía algún gesto de auto desaprobación. Hoy sé que casi nadie se da cuenta de una desafinación y si pasa, simplemente sigo cantando como si fuese la mejor cantante del mundo. Sobre todo dejé de ser la "nena del numerito" y solo canto cuando tengo ganas.

Su manera de des personalizar y de anular es su especialidad. Creó un molde de como deben ser las personas- curiosamente muy parecidos a ella- para ser "normales". Tiene un afán por manipular la vida de los demás de cualquier manera. Es tremendamente influyente y persuasiva, consiguiendo imponer sus opiniones y su forma de ser a cualquier precio. Para ella mi familia esta dividida entre los que son de su sangre y los que son de la de mi padre. Es como una especie de predestinación al fracaso o al éxito.

Hubo de parte de ella oposiciones encarnecidas contra los chicos que pretendían ser mis novios. Oposiciones en serio, como si estar conmigo fuese para cualquier chico una carrera de postas para quedarse con el trofeo - la chica perfecta-. Idealiza en su cabeza una especie de cuento de hadas imaginando el príncipe azul que viene a buscarme en una carroza blanca. Cada vez que salía con mis amigas nos decía: -"esta noche van a conocer a sus príncipes azules"- y juro que mis amigas lo creían de alguna manera.

Mi madre pretendía imponerme algún chico que ella conoce a quien considera ideal para mi, como el hijo de unos amigos suyos o el dueño de una estación de servicio cerca de mi casa. Buscaba la excusa para llevarme a cargar nafta en el auto y se hizo amiga de todos los que trabajan allí, incluidos los parientes del chico a quienes decía conocer hace tiempo.

No entiendo qué anhelo olvidado de ella habrá quedado en su inconsciente como una frustración de su juventud. Quizá el hecho de que mi padre fue su único novio.

Hoy la veo simplemente como una niña grande. Sus caprichos y sus dichos hacen a mis oídos, la mayoría e las veces, una especie de sonidos lejanos que parecen la repetición enecima de algún disco que se quedó repoduciendo la misma parte de la misma canción. Aunque me basta estar con las defensas un poco bajas para caer en la tentación de confrontarla.
Pienso que si alguna vez ella me cuidó y me cambió los pañales en la más tierna y vulnerable infancia, hoy los roles se invierten debiendo procurar yo cuidar de ella. Una mujer tan vulnerable dentro de una máscara de perfección.

El mandato materno es una voz muy fuerte. ¿Quién no actuó o dudó alguna vez consciente o inconscientemente por mandato materno? ¿Quién no reconoce que la madre tenía al final razón sobre tal o cual cosa? ¿quién no ha cometido los mismos errores que ellas? ¿quién no ha imitado su forma de ser o ha pretendido ser absolutamente lo contrario sin éxito? En mi propio caso, cómo podía yo competir con tal "perfección"?

La lucha de develar nuestro yo verdadero, implica períodos de cierta dependencia sana, de independencia lograda, de la búsqueda de quienes somos y de qué queremos.
Los padres son los primeros referentes, los que no elegimos pero nos condicionan con su sangre y su crianza.

Ortega y Gasset decía: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Solo esta en nosotros evolucionar y buscar nuestro yo verdadero. Debemos hacer algo mejor que lo que hicieron de nosotros. Crecer con madurez sin culpar a los demás y a nuestra circunstancia.
Créanme, no me resulta nada fácil, pero lo estoy intentando.

2 comentarios:

Nicolas Manservigi dijo...

Se puede vivir aún con escombros y polvo...

Me encantó el pasaje del contraste, empezas por la maravilla y de pronto el relato se torna opaco... Eso es la desidealización, la sanidad, como yo le llamo...

Sin mebargo, los seres perfectos son los que más sufren, porque saben que no losn, y sostener esa estructura, les demana no sólo energías, sino también, corte de relaciones...

Me encanto este post amiga.

Y yo tb te quiero.

Libélula dijo...

Vitalia,

Las madres son las madres y son batallas perdidas. Son momentos como tú dijiste en los cuales, a veces la amas y a veces la odias... Hoy por hoy, la tomo como es, la amo con sus defectos y virtudes pero es mi mamá... Y yo sé que si me pasa algo, ella va a ser la primera en ayudarme no importa qué.

Los años nos ayudan mucho a comprender esto: en la infancia las adoramos, en la adolescencia las odiamos y ya de jóvenes-adultos, la relación muta a aceptarse mutuamente.

¿No sé si se comprendió?

Besos!!!